9/2/10

VII La primera jefatura

Para todo el mundo que me conocía siempre les comenté que estaba bien y tranquilo con mi decisión aunque por adentro me consumía la angustia.

Se produjo un espacio de dos semanas entre que dejé mi trabajo en la fábrica y el día en que debía empezar en el taller.

Como lo he hecho hasta ahora cuando debo tomar alguna decisión importante o enfrentar algo nuevo, me dedico a dar largas caminatas y analizar , cuales eran las lecciones de mi trabajo anterior y que era lo importante de corregir y que era importante consolidar para enfrentar mi nuevo trabajo.

Estamos hablando de mediados de los 70 y no existían varias procesos que hoy son normales,por ejemplo, no había un uso importante de los curriculum, ni menos sicólogos laborales, test,departamento de recursos humanos,etc.

Las empresas tenían un importante grado de informalidad, no todas hacían contratos ni todas tenían el respaldo económico para tener todos los puestos de trabajo cubiertos y tampoco habían suficientes técnicos especialistas.

Era así como para reparar las máquinas de costura se contaba con mecánicos que venían a visitar la empresa una o dos veces por semana, equipos de planchadores a los que se le juntaban las prendas grandes como eran los abrigos o las chaquetas para un día de la semana, etc.

De esta gente aprendí mucho y me di cuenta que contar con ellos y su respaldo era vital en esta época y les dedique siempre mucha y buena atención, porque ellos me traían información y contactos de otras empresas del ramo y estabamos al tanto de los adelantos que otros iban realizando, del mismo modo que llevaban nuestras buenas ideas a otros lados, eran como el internet de nuestros días.

Además, los que eran buenos en sus rubros, eran muy respetados y escuchados a la hora de sugerir a alguna persona para algún puesto.
Recuerdo cuan orgulloso me sentí cuando contrataron a una persona que yo recomendé, sentí realmente el poder que puede llegar a tener uno en la vida de otras personas.

Particularmente con un mecánico logré una buena conexión y relación de confianza y me recomendó a muchas partes en mi vida laboral y yo lo llevé también conmigo a muchas partes como mecánico (me decía una mano lava la otra y las dos lavan la cara)

Me dí cuenta que con rigor y seriedad se podía salir adelante en un medio donde los salarios no eran altos.
En particular este mecánico que era muy metódico, era el único en su rubro que tenía vehículo por lo que decidí fijarme bien como hacía las cosas e iba a tratar de repetirlas.

El era un buen ejemplo pues a diferencia mía y de mis compañeros, cuando nos acompañaba a nuestros viernes de salidas al lugar habitual, siempre se retiraba a una hora temprana, nunca ebrio ni gastaba lo que no tenía, a diferencia de la mayoría que llegaba recién pagado a cancelar lo que había estado tomando durante la semana y empezaba ya a anotar deuda de bebida para la semana siguiente y estábamos pidiendo anticipo a mediados de semana.

Esto era algo que me prometí cambiar, sobretodo porque me había puesto de novio con una muchacha que había conocido en un ambiente muy distinto al de las fábricas e iba a necesitar responsabilidad y una cierta solidez económica.

Con esta claridad y determinación llegué a mi nuevo trabajo en un taller realmente pequeño y donde se almorzaba en las máquinas porque no había otro espacio posible.

Como la entrevista con la dueña había sido en su oficina en el primer piso y era mi primer trabajo, no se me ocurrió preguntar como era el taller y si podía visitarlo, además en la entrevista traté de mostrar conocimiento y control ante cualquier situación.

El taller era pequeño con 10 operarias un cortador y un ayudante del cortador y el espacio donde trabajabamos era en un altillo con un espacio de 4 por 6 metros, apenas me podía mover entre las máquinas y no había espacio para que yo pudiera tener una silla, menos un escritorio y todos compartíamos un baño.

De inmediato sentí el peso de la jefatura, no sólo porque las operarias me llamaran jefe, sino porque pasé de inmediato a ser el responsable de que el taller pudiera entregar a tiempo lo que estaba comprometido con los clientes y esto era algo que a mí nunca me había tocado ver.

Venía de una fábrica de ropa de hombre y ahora como jefe era el responsable de la calidad y cantidad que debía producir un taller de ropa de mujer donde por primera vez en mi vida veía como se hacía una blusa, una falda o un vestido.

La situación me produjo bastante temor, pero ya tenía cierta experiencia en este rubro y sabía que mi poder sobre las operarias y operarios era inmensa. En esos días sin mayor trámite un jefe despedía a un operario sin dar muchas razones a nadie sólo por el hecho de ser jefe y así decidirlo.

Como no había mucho espacio donde estar, pasaba gran tiempo al lado de cada operaria haciendo como si revisaba lo que hacía cuando en realidad lo que hacía era aprender.

Orlando se llamaba el cortador y me entregaba lo que iba cortando para que yo lo distribuyera y el primer paso era dárselo a Mónica la overlista, que tenía mucha experiencia y me explicaba con detalle  su trabajo y cada uno de sus procesos para demostrarme que sabía: Me indicaba a que parte se le pasaba la overlock y a cuales no, fue de gran ayuda para mí y a la semana ya sabía claramente esta parte del proceso. Además como llevaba ella un par de años allí, sabía a quién se le entregaba cada tipo de prenda y en realidad durante un par de días casi parecía su ayudante.

Al final de la segunda semana ya tenía absolutamente controlados todos los procesos del taller y todo funcionaba bien. Al finalizar la jornada del viernes, Mónica me ofreció un chicle que acepté y al momento de tomarlo, ella tomó mi mano y sin soltarla me miró fijamente y me invitó a que fuéramos a tomar una cerveza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario