6/1/10

II Mis Primeros trabajos

Sin lugar a dudas, el haber decidido tempranamente lo que querría hacer a futuro, aunque estuviera lejano, me permitió tomar los primeros trabajos como parte de un aprendizaje de obediencia, control y paciencia.

Ningún trabajo que se le asigna a alguien que se inicia en una fábrica, es normalmente agradable y/o entretenido, al contrario, siempre parecen como parte de un castigo por no tener experiencia y fue mucho después que entendí las sonrisas de mis compañeros que hacían anteriormente lo que se me había asignado. Ellos, habían ascendido con mi llegada en la cadena del conocimiento y estaban en labores de una “mayor complejidad”.

Relatar esas primeras tareas podrá resultar irrisorio y seguramente incomprensible para las actuales generaciones pero, voy a tratar de explicarlas.

Los números y los corchetes
Primero tenemos que situarnos en una época donde la palabra computador no existía y que se sumaba una relación empleador-empleado de alta desconfianza donde ambas partes pensaban que el otro los quería robar.

¿Cómo saber si me van a pagar todo lo que hago? por una parte y ¿Cómo voy a saber si realmente lo hizo y le debo pagar lo que dice? por la otra, entre muchas.

Entonces, aparecen los sistemas de control más básicos en las fábricas y que aún suelo verlas en operarias antiguas o que tuvieron escuela con operarias antiguas.

Las libretas. Estas eran las laptop de los 70, cada operaria tenía una y en ella anotada cada cosa que hacía, era como el diario de vida laboral, nada en el mundo podría hacer que aquello allí anotado no se le pagase. (Conocí después a muchos encargados de personal que preguntaban a las operarias o pedían prestadas sus libretas para poder pagar los salarios).

Estas libretas eran sin lugar a dudas de alto valor para sus dueños o dueñas, ahí anotaban lo que producían, allí estaban los detalles de las cuotas de los préstamos que ya habían pagado, la plata que debían en el almacén de la esquina, los anticipos de salarios, la fecha en que le habría de tocar el dinero que juntaban mes a mes y que le tocaba a uno llevarse cada fin de mes. (Recuerdo haber participado varias veces en ellas y que las llamábamos polla, cuanto dolía pagar cada cuota pero que bueno era llevarse el monto total, era mas de un sueldo extra y todos los destinaban a adquirir algún bien importante)

¿Y como anotaban la producción? Pues bien cada pieza que unían venia con un pequeño papel de 2 por 2 centímetros con el número individual de la pieza y la orden de corte, y cada operario transcribía aquella información a la libreta.

Allí partió mi trabajo, debía esperar que las operarias fueran a almorzar para sentarme en una máquina de coser, ponerle una aguja rota y pasar sobre resmas de papel de 1 metro por un metro formando un cuadriculado de 2 por 2 centímetros quedando este gran pliego de papel, prepicado.

Ya esto era bastante artesanal, pero luego tener que escribir en cada cuadrado la orden de corte, la talla, y el número correlativo por más de 40 veces por cada unidad, hasta juntar los casi 1000 unidades por día, no era justamente el trabajo más motivador a desarrollar.

Luego de este marcaje debía cortar cada uno de estos pequeños cuadrados y pegarlos con una corchetera en cada pieza a coser (no existían desgraciadamente las impresoras de tinta o punto ni papeles adhesivos).

La persona que me antecedió en el trabajo me dio instrucciones muy vagas e imprecisas y yo tampoco vi en esa labor algo muy trascendente y que debiera preguntar mucho más.

Me di cuenta entonces que no hay labores poco relevantes (sino no estarían).
La falta de prolijidad en mis primeras anotaciones, afectaron enormemente a las operarias y su control; además al corchetear los papeles en cualquier lado provocó un caos productivo pues algunos quedaban por el revés y no se veían y otros quedaron en lugares donde molestaba la costura y más de alguna operaria recordó con dolor a mi madre cuando se enterraba los corchetes al coser.

Parecía fácil y monótono, pero de mis primeros errores aprendí rápidamente.
Y para corregirlo aprendí algo que me sirvió de por vida. "En una fábrica, si vas a hacer algo, pregúntale siempre al operario que lo hace ,no hay mejor maestro", no le creas a los supervisores, menos a los gerentes en estos temas.

Si el trabajo rutinario parecía tedioso, no era comparable al trabajo de una toma de inventario que nos ocupaba dos días.
Rodolfo me asignó la bodega y allí estuve soportando el csalor y los olores nauseabundos por dos días, contando cientos de miles de botones por color y tamaño y desenrrollando interminables rollos de tela para luego de medirlos volverlos a enrollar.

Para  mi fortuna sólo había enrollado nuevamente un rollo cuando apareció el gerente y con sus gritos habituales me hizo saber que lo había hecho mal. Debía enrrollarlos y dejar los bordes parejos igual como venían de fábrica y se quedó a ver como lo volvía a hacer para darme su visto bueno. Acepté esta reprimenda de buena gana sólo porque pensaba que podría haberme tocado desenrollar más de 150 rollos si hubiera aparecido cuando yo ya hubiera terminado. El tema de los inventarios es algo que deteste siempre, desde el inicio.

Lo que más me costaba asimilar en esta etapa, era la presión por tener que pertenecer a uno de los sindicatos de la empresa, habían dos (de operarios y empleados) y sus respectivos presidentes eran opositores políticos.
Este fue mi primer acercamiento a la política y no entendía que tenía que ver la política con mi trabajo, al final mi cercanía más estrecha con los operarios me llevó a inscribirme en su sindicato lo que de inmediato me produjo un alejamiento con un número importante de compañeros de trabajo.

La verdad es que esta rivalidad empezé a verla luego con gran intensidad en otros ambientes y hasta dentro de mi familia.

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